lunes, 29 de agosto de 2011

Taurofilia

Al morir Asterio, el gran Minos creyéndose con todos los derechos para ser rey de Creta reclamó airadamente el trono, y queriendo ser persuasivo en su pretensión dijo con arrogancia que los dioses responderían todos sus llamados y pedidos, y que tan pronto le fuera concedido el primero de estos favores festejaría su coronación.
Después de construirle un colosal altar a Poseidón, realizó is minuciosos preparativos para sacrificar su mejor animal en honor del poderoso dios de las aguas, y delante de la multitud rogó para que saliera del mar un inmenso toro. En ese mismo instante su petición fue escuchada y una radiante bestia blanca nadó buscando la costa. Sin embargo Minos quedó tan asombrado de la belleza del toro, que se negó a matarlo enviándolo con el resto de su ganado para mejorar su raza, y decidió efectuar el sacrificio prometido con uno de menor linaje.
Entonces el gran Poseidón al sentirse desairado por ese acto de su adorador, urdió una de sus más crueles venganzas: hizo que Pasifae, la bella esposa de Minos, se enamorara del espléndido toro blanco que se había librado del sacrificio. Y al día siguiente cumpliendo el designio divino ella empezó a buscarlo en la pradera, a perseguirlo entre la maleza, a admirar durante horas su brío y fuerza; tan deslumbrada por su hermosura, que aceptando su inusual obsesión decidió consumarla entregándole su cuerpo, y para eso debió confiarle su extraño ardor a Dédalo, el más refinado tallador y artesano del reino.
Éste decidido a ayudar a la reina construyó entonces una vaca de madera que cubrió con un cuero de un animal recién desollado, y le puso al artefacto ruedas ocultas en las pezuñas para facilitar su desplazamiento. Luego condujo la engañosa máquina a Gortina donde el toro pacía entre la espesa vegetación, y le enseñó a la bella Pasifae el mecanismo de su invento asegurándole al marcharse que guardaría total silencio sobre esa aventura.
Pasifae se desnudó e ingresó al interior de la simuladora máuina y esperó ansiosa a que el toro blanco advirtiera su asequible presencia y se dispusera a cortejarla. Pronto el animal se acercó al artefacto y engañado por el olor del cuero comenzó a rondar a Pasifae hasta que decidió copular con ella. Y así la voluptuosa mujer estremecida por el dolor y el placer que el acto le producía se entregó con toda su pasión al animal que sentía en los rechazos y aquiescencias, mas placer que con las otras hembras de la manada. El toro cautivado por la extraña vaca de madera y Pasifae por las brutales embestidas sexuales, repitieron el acto innumerables veces hasta desfallecer.
Mese más tarde la delirante reina dio a luz a un monstruoso ser llamado Minotauro, violento engendro con cabeza de toro y cuerpo de humano, que delataría a su esposo la increíble traición . Minos afligido al enterarse de esta manera del extravagante adulterio de su esposa, consultó a los dioses sobre un método para ocultar semejante deshonra, y ellos al verlo tan angustiado decidieron responderle. Y esta vez él con sumisión, obedeciendo al oráculo, ordenó a Dédalo que le construyera en Cnosos un gigantesco laberinto, con intrincados y oscuros pasadizos, para que nadie descubriera el hecho, destinado a esconder en su centro a su amada Pasifae y a su despiadado hijo el Minotauro.

Diodoro

                                                  Minotauro y desnudo - Picasso

Itinerario Del Placer

Oh, mi mala suerte! -me dijo Ascilto secándose el sudor-, ¡Sí supieras lo que me sucedió!
-Por qué estás tan afligido? -Pregunté.
-Vagaba por las calles -contestó con voz grave-, sin encontrar nuestra posada, cuando se me acercó un anciano de apariencia venerable y enterándose de mi situación  aseguró que me acompañaría a encontrar el rumbo adecuado. Agradecí su colaboración y comenzamos a recorrer callejuelas oscuras hasta que llegamos a esta sórdida casa. Tan pronto entramos pagó una habitación y sacó unas monedas insistiendo para que las aceptara a cambio de sus ardientes caricias. se lanzó sobre mí, estrechándome entre sus brazos asquerosos y de no ser por mi airada repulsión, amigo Encolpio, me habría ocurrido algo fatal.
Esto me narraba cuando apareció en ese preciso instante el viejo acompañado de una mujer muy bella y le dijo a Ascilto: -Eres muy esquivo. En ese cuarto te espera el más alto placer: No temas, puedes elegir un papel activo o pasivo.
Entonces la mujer nos instaba con audacia a acompañarla. Los lascivos ademanes de ella y los ruegos de él nos convencieron y decidimos aceptar el generoso ofrecimiento. Pasamos por varias alcobas, viendo lo que sucedía en ellas, como si fuera un inmenso teatro de juegos voluptuosas, como un largo laberinto del placer. Era tan intenso el ardor que poseía a todos los personajes y la excitación tan delirante, que parecían embriagados con esa maravillosa bebida preparada con la raíz del satiricón. Durante nuestro estremecedor recorrido todos los participantes de esa destacada orgía adoptaron posiciones más obscenas y dieron gemidos lijuriosos incitándonos a unirnos a su turbulento festín. Y de repente uno de ellos levantó su túnica hasta la cintura y sin poder resistir la belleza de Ascilto lo lanzó sobre una cama e intentó violarlo. Corrí a auxiliar a mi vulnerable amigo y entre ambos logramos contener a ese ardiente bárbaro. Al liberarse Ascilto salió huyendo y yo quedé expuesto a los ataques insistentes de muchos viciosos y lúbricos depravados que se citaban allí para satisfacer sus deseos, pero mi fuerza y mi temor me permitieron escapar de mis perseguidores.
Sin embargo mis problemas continuaron. Di vueltas por la ciudad apresuradamente hasta encontrar mi posada y al abrir la puerta, fatigado por tanta huida, vi en la penumbra a Gitón que me esperaba.
-¿Qué hay de comid? -le pregunté.
Se sentó en la cama sin responderme y comenzó a llorar. Su dolor era tan agudo que me conmovió. Le pregunté la razón de sus lágrimas pero siguió intentando ocultarme la causa de su desolación. Así continué interrogándolo sin fortuna hasta que decidí amenazarlo, y entonces Gitón dijo señalándome a Ascilto que había llegado antes que yo huyendo de aquella perversa:
-Tu supuesto compañero leal ha llegado aquí hace un buen tiempo y al encontrarme solo ja tratado de forzarme, esperando que le prodigara mi placer. Rechacé su propuesta, grité y corrí de un lado para otro pero él sacó la espada diciéndome: "Si te haces la Lucrecia ya encontraste tu Tarquino".
Al oir eso me encaminé agresivamente hacia Ascilto y lo injurié:
-Qué puedes responder vicioso depravado, eres peor que las más repugnantes prostitutas.
Ascilto sin poder defenderse simuló gran indignación y comenzó a dar alaridos y a herirme con sus afiladas palabras:
-¡Cómo puedes hablar así, guerrero vil, asesino de tu huésped, cuando deberías morir atacado por las fieras en el coliseo! ¡Cómo puedes hablar ladrón nocturno, que ni siquiera antes de haber perdido la virilidad pudiste hallar una mujer honrada! ¡Tú, que abusaste de mí, gozando de mi cuerpo, así abusarás hoy y mañana de este tierno muchacho!
-Cálmate -le repliqué al fin derrotado por su astucia-.
¿Pero por qué te escapaste esa noche en que yo escuchaba a Agamenón?
-¿Qué podría hacer allí, idiota? Me fastidié de oír las estupideces de un hombre arrogante, los sueños de un imbécil. Mientras tú cínicamente adulabas a un mal poeta para que te invitara a cenar.
Muy pronto comenzamos a bromear y cambiamos de tema, pero como los insultos de Ascilto no se me olvidaban le dije:
-Está bien, acepto que conciliemos, pero deseo que partamos en dos nuestras posesiones para que cada uno por su lado busque la vida. Ambos tenemos refinados talentos literarios, sin embargo para no competir contigo me  dedicaré a un oficio más digno. Y aquello será prudente porque no quiero pelear más contigo no darle razones a los enemigos para que injurien nuestro nombre.
-Acepto -replicó Ascilto muy herido-, pero como recuerdo que esta noche estamos invitados a un banquete, disfrutaremos de ese evento y mañana si así lo deseas, buscaré nueva vivienda y un verdadero compañero.
-¿Y para qué postergar lo que ya hemos elegido? Es mejor separarnos ahora mismo.
El amor por Gitón me daba fuerzas para ser tan cruel con Ascilto, intentando con mis palabras liberarme de él para dedicarme totalmente a mi nueva y dulce pasión.
Enfurecido Ascilto salió bruscamente sin despedirse y golpeó la puerta. Esta acción me pareció un mal presagio y sabiendo lo ardiente y pasional que era temí que podría ocurrirle algún infortunio, entonces decidí seguirlo para observar lo que haría y frustrar así sus impulsivos planes; sin embargo para mi pesar, no logré hallarlo durante mucho tiempo y heme aquí recordándolo.

Petronio

                                                 Apolo y Jacinto - Julio Romano                                                        


miércoles, 24 de agosto de 2011

El Burro Y La Dama Golosa

El propietario destellaba alegría. Hizo llamar a los esclavos que me habían comprado y acto seguido, ordenó que se les devolviera por cuadruplicado la suma que pagaron por mi y -previa recomendación- me confió al más acomodado de sus libertos preferidos.
El exesclavo me trataba con bastante consideración y delicadeza y para ganarse la simpatía de su patrón, ponía todo su empeño en divertirlo a expensas de mis habilidades. En primer lugar me enseñó a instalarme en la mesa apoyándome sobre el codo. Luego a luchar e incluso a bailar con las patas delanteras en alto; pero particularmente y como máxima atracción, me instruyó en la técnica de hablar con gestos adecuados: echar la cabeza hacía atrás significaba 'No' y la inclinación hacía delante significaba 'Si'; cuando tenía sed miraba al aguador y le pedía bebida guiñando alternativamente ambos ojos. Podía aprender todo eso con mucha facilidad y por supuesto, hubiera sabido hacerlo sin que nadie me instruyera. Pero me reservaba por miedo: pues si imitaba con mucha fidelidad los modales del hombre sin atenerme a las lecciones recibidas, la gente me podría tomar por siniestro agüero y como monstruo sobre natural, acabarían por cortarme el cuello para engordar los buitres a mis expensas.

Antes de continuar -creo que debí haber empezado por ahí-, voy a referir quién era mi propietario y de dónde venía. Su nombre era Tiaso y provenía de Corinto, capital de toda la provincia de Acaya. Luego de desempeñar todos los cargos a que tenía derecho por la nobleza de su cuna y por sus méritos, le llegó el nombramiento de magistrado quinquenal. Y para que el acto de investir las insignias se celebrara con el debido esplendor, había prometido realizar durante tres días seguidos un grandioso combate de gladiadores. Para que su munificencia fuera más deslumbrante y movido su afán de popularidad, había llegado hasta Tesalia en busca de animales de pura sangre y de gladiadores con renombre. Después de organizarlo todo a su gusto y hacer las compras, se disponía a volver a casa. Pues bien, dejó de lado sus lujosos vehículos y sus cómodas carrozas que, con sus cortinas entreabiertas, seguían vacías en la cola de la caravana; tampoco utilizó sus caballos tesalios u otras monturas galas de pura raza y muy estimadas. Sólo yo cantaba: me puso jaeces de oro, albarda colorada, mantas púrpura, frenos de plata, riendas repujadas y cascabeles de fino tintineo. Tiaso iba montado en mi grupa y como yo era su máximo cariño, de vez en cuando de hacía mieles para hablarme diciendo que entre tantas cosas buenas su mayor felicidad era tenerme a mí como compañero de mesa y como montura a la vez.

Al termino del viaje. realizado algunos tramos por tierra y otros por mar, llegamos a Corinto; todo el pueblo acudió en masa y según pude observar la gente no venía para aplaudir a Taso sino por la curiosidad de conocerme a mí. Pues la fama de mis capacidades extranaturales se había divulgado tanto en aquel país, que todos pagaban por verme, lo que me convirtió en una respetable fuente de ingreso para mi guardián. Cuando se agolpaba mucho público deseoso de contemplar mis prodigiosas mañas, el cerraba la puerta y solo dejaba entrar uno por uno, y así con las propinas que iba recogiendo obtenía un sueldo bastante aceptable al final de la jornada.
Había en el círculo de mis admiradores una señora distinguida y de elevada posición social. Pagó como los demás para verme y quedó encantada con me gran variedad de monerías; insensiblemente pasó de una admiración constante a una pasión arrebatada; acosada por su extraño capricho, al igual que la mítica Pasifae -madre del Minotauro-, y suspiraba ardientemente en espera de mis rudos abrazos. Obsesionada, acabó proponiendo al encargado una alta suma como pago de una sola noche en mi compañía; él, sin pensar para nada si esto redundaría en mi propio provecho y preocupado solamente en su interés personal, aceptó la propuesta.

Una vez terminada la cena salimos del comedor del magistrado dirigiéndonos a mi dormitorio y, al entrar, no encontramos a la hermosa señora que llevaba ya un buen rato de espera. ¡Bondad de los dioses! ¡Qué lujo de preparativos! Cuatro eunucos listos con toda una provisión de blandos almohadones de plumas arreglaban en el suelo nuestro lecho sobre el cual extendieron con cuidado una alfombra bordada en oro y púrpura de Tiro; encima colocaron todavía más cojines, pequeños desde luego pero en gran cantidad, de esos que usan las señoras elegantes para mullir sus mejillas y sus nucas. Y para no retrasar con su presencia los goces de esperaba la señora, cerraron la puerta de la habitación y se retiraron. En el interior unos cirios encendidos disipaban con su intensa iluminación las tinieblas de la noche.
Apenas estuvimos solos ella se despojó de todas sus vestiduras, incluso del sostén que sujetaba su voluptuoso busto y de pie junto al foco de luz, extrajo de un frasco metálico un aceite perfumado con el que se frotó bien y luego se eternizó ungiéndome igualmente con el mismo perfume, con especial insistencia en mi hocico. Me cubrió entonces de tiernos besos, pero no como los que dan las meretrices en los prostíbulos para mendiga para mendigar unas monedas o rendir a clientes reacios a pagar; no, por el contrario, eran besos de verdad y desinteresados, que acompañaba con las más dulces palabras: "Te amo", "te deseo", "eres mi único cariño", "sin ti no puedo vivir", y todas esas expresiones a que acuden las mujeres para seducir al hombre o manifestar sus sentimientos. Luego me cogió por la brida y no le resultó difícil hacerme acostar de la manera que me habían enseñado. No había en ello nada nuevo ni complicado para mi, sobre todo cuando después de una continencia tan prolongada veía llegar los abrazos apasionados de una mujer tan bella. Además, me había reconfortado previamente con vino abundante escogido entre los más finos; por último, el más delicioso perfume estimulaba al máximo el ardor de mis deseos. 
Con todo, me asaltaba una cruel angustia; me daba verdadero horror pensar cómo podría acercarme con tantas patas y de tan protuberantes dimensiones a esa delicada criatura. ¿Cómo abrazaría mis duros cascos aquellos miembros tan leves, tan internos que parecían hechos de leche y miel?
Sus finos labios rojos destilaban una divina ambrosía: ¿Cómo besarlos con una boca tan amplia, tan enorme, descomunal y grosera, cuyos dientes eran verdaderos bloques de piedra? Y, por último, aunque la lujuria consumiera todos mis miembros, ¿cómo una mujer podría resistir una unión tan desproporcionada? ¡Pobre de mi, si estropeara a una noble dama! Me echarían a las fieras como un número más del espectáculo que preparaba mi amo.
Entretanto, ella continuaba con sus provocaciones, con sus besos lascivos, con sus tiernos suspiros y sus miradas de fuego y como colofón gritó: "Ya eres mío, eres todo mío, gorrioncito". Y como ello demostraba que eran vanas mis preocupaciones, que mis reparos no tenían el menor fundamento, nos apretamos en estrecho abrazo, e increíblemente pudo con todo mi instrumento, con todo, como digo. Y cuando yo, por delicadeza y consideración intentaba retirarme, ella volvía a la carga con mayor furia y se ceñía más cerca agarrada a mi espalda. Por Hércules, hasta creí en mi impotencia ante sus ansias y comprendí por qué la madre del Minotauro buscó sus deleites en un amante astado. 

Al término de una noche laboriosa y en vela, para evitar la indiscreta luz del día, la mujer desapareció pero no sin acordar antes el mismo precio para la noche siguiente.

Apuleyo

                                                La dama golosa: Fernando Maldonado

La Disputa Sobre El Goce


Júpiter y Juno, cómodamente sentados en sus aposentos del Olimpo, bebían el auténtico néctar de los dioses que les alegraba el ánimo y discutían acerca de quiénes reciben más placer en el éxtasis carnal: sí las hembras o los varones. Como no lograban ponerse de acuerdo, decidieron someterse al juicio del sabio Tiresias, que había disfrutado del amor bajo los dos sexos. ¿Bajo los dos sexos? Sí, porque mientras caminaba un día por un bosque vio dos serpientes acopladas; las golpeó con su bastón y... ¡oh!, prodigio admirable, se convirtió él, allí mismo, en mujer. Siete años después vio a las mismas serpientes acopladas y pensó: "si a quien os hiere dais contrario sexo..." Entonces las volvió a tocar con su bastón y quedó al punto transformado en varón. Esta era la historia de Tiresias. El sabio juez, nombrado para dirimir la contienda, se inclinó a favor de lo que pensaba Júpiter. Juno se sintió desairada y en castigo le privó de la vista. Cómo según la legislación del Olimpo no era posible que un dios se opusiera al castigo dado por otro, Júpiter, en el ánimo de recompensar a Tiresias, le otorgó el don de la adivinación, con lo que reparó, en parte, el mal que le había causado la diosa.

Muy pronto el adivino se hizo célebre en toda la Beocia por lo acertado de sus horóscopos y la gravedad de sus consejos. La bella Liriope fue la primera en certificar lo maravilloso de sus respuestas. El río Cefiso, enamoradizo, la aprisionó un día en el laberinto de sus aguas y la violó reiteradamente. Liriope quedó embarazada y en el tiempo justo parió un hijo de tal hermosura que desde el momento de nacer fue amado por todas las ninfas. Le dieron por nombre Narciso. La madre acudió a Tiresias para que le adivinara el destino de su hijo, preguntándole si viviría muchos años. La respuesta, aparentemente frívola, fue: "Vivirá mucho si él no se ve a sí mismo". Pero el tiempo se encargó de demostrar su tino con la forma en que Narciso perdió la vida y su nefasta pasión.

El hijo de Liriope creció con tales gracias de efebo, que mujeres y hombres andaban tras él encalenturados por gozárselo. Inútilmente. A hombres y mujeres desdeñaba con sorprendente decisión. Un día, mientras de cacería, le sorprendió la ninfa Eco...Eco bien merece una digresión. Su alegría parlanchina y su gracia cautivaron a Júpiter. Sorprendidos en adulterio por Juno, ésta le dio como castigo el que jamás podría hablar por completo; su boca no pronunciaría sino las dos últimas sílabas de aquello que deseara expresar. Pues bien, apenas Eco vio a Narciso quedó locamente enamorada de él y le fue siguiendo sin que el muchacho se diera cuenta. Al cabo de un tiempo decide acercársele y exponerle su pasión con ardientes palabras. Pero...¿cómo podrá hacerlo, si las palabras le salen incompletas? Por fortuna, le fue propicia la ocasión. El mancebo, viéndose solo, quiere saber por dónde pueden andar sus acompañantes y grita: "¿Quién está aquí?" Eco repite las últimas palabras "...está aquí". Narciso queda maravillado de esta voz dulcísima de quien no ve. Vuelve a gritar: "¿Dónde estás?" Eco repite "...de estás". Narciso mira otra vez, se pasma. "¿Por qué me huyes?" Eco repite "...me huyes" Y Narciso: "Unámonos" Y Eco: "...unámonos". Por fin se encuentran. Eco abraza al ya desilusionado mancebo. Y éste dice con terrible frialdad: "No pensarás que yo te amo..." Y Eco repite, aconcojada: "yo te amo". "Permitan los dioses soberanos -grita él- que antes la muerte me desaparezca a que tú goces de mí". Y Eco: "...¡que tú goces de mí!"

Narciso huyo implacable. Y la ninfa, sintiéndose injustamente menospreciada, buscó refugio en lo más solitario de los bosques. Su terrible pasión la consumía. Deliraba, se enfurecía. Y pensó: "¡Ojalá cuando él ame como yo lo amo, se desespere como me desespero yo". Némesis, diosa de la venganza -ya veces de la justicia-, escuchó el ruego de la ninfa. En un valle encantador había una fuente de agua extremadamente clara, que jamás había sido enturbiada ni por el cieno ni por los hocicos de los ganados. A esa misma fuente llegó Narciso y fatigado y sediento se tendió en el césped para beber. Cupido entonces aprovechó la oportunidad para clavarle su dardo en la espalda...Lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en el espejo que ofrecía la superficie del agua cristalina. Insensatamente creyó que aquel rostro bellísimo que contemplaba era el de un ser real, distinto de él mismo. Sí, el rapaz estaba enamorado de aquellos ojos que relucían como luceros, de aquellas mejillas imberbes, de aquel cuello esbelto, de aquellos cabellos dignos de Apolo. El objeto de su amor era...él mismo. ¡Y deseaba poseerse! Pareció enloquecer...¡No encontraba boca para besar! Una voz interior le reprochó: "¡Tonto! ¿Cómo te has enamorado de un vacío fantasma? Tu pasión es una quimera. Retírate de esa fuente y verás entonces cómo la imagen desaparece. Y, sin embargo, está contigo, contigo ha venido, se va contigo...¡y no la poseerás nunca!"

Narciso elevó sus brazos al cielo. Llorando, mesándose luego los cabellos, gritó con acento casi blasfemo: "Díganme selvas, ustedes que habrán sido testigo de tantos idilios apasionados...¿por qué el amor es tan cruel para mí? Hace siglos que están aquí; díganme: ¿han visto alguna vez a un amante sufrir designios más crueles? Yo veo al objeto de mi pasión y no lo puedo alcanzar. No me separan de él ni los mares enormes, ni los senderos inaccesibles, ni las montañas, ni los bosques. El agua de una fontana me lo presenta consumido por el mismo deseo que a mí me consume. ¡Oh pasión mía! ¡Quien quiera que seas, aproxímate a mí así como yo me aproximo a ti! ¡Ni mi juventud ni mi belleza pueden ser motivo para que me temas! Yo desdeñé el amor de todas las ninfas...no me depares el mismo desdén. Pero...¿si me amas por qué soy motivo de tus burlas? Te tiendo mis brazos y me tiendes los tuyos. Te acerco mi boca y tus labios se me ofrecen. ¿Por qué permanecer más tiempo en el error? Debe ser mi propia imagen la que me engaña. Me amo a mí mismo. Atizo el fuego que me devora. ¿Qué será mejor: pedir o que me pidan? ¡Desdichado yo que no puedo separarme de mí mismo! A mí me pueden amar otros pero yo no me puedo amar...¡Ay! El dolor comienza a hacerme desfallecer. Mis fuerzas se agotan. Voy a morir en la flor de la edad. Mas no ha de aterrarme la muerte liberadora de todos mis tormentos. Moriría triste si hubiera de sobrevivirme el objeto de mi pasión. Pero bien entiendo que vamos a perder dos almas y una sola vida"

Apenas acabó de decir eso, Narciso tornó a contemplarse en la superficie traslúcida de la fuente. Y lloró, ebrio de pasión, ante su propia efigie. Volvió a balbucir frases entrecortadas...¿Quién? ¿Narciso? ¿Su imagen llorosa? "¿Por qué me huyes? Espérame. Eres la única persona a quien yo adoro. El placer de verte es lo único que queda a tu desventurado amante"

Poco a poco Narciso fue tomando los colores finísimos de esas manzanas, rosadas por un lado, blanquecinas y doradas por otro. El ardor le consumía lentamente. La metamorfosis duró escasos minutos. Después de Narciso no quedaba sino una flor bellísima al borde de las aguas, que continuaba contemplándose en el espejo sutil.

Todavía se cuenta que Narciso, antes de transformarse, puedo exclamar: "¡Objeto vanamente amado...adiós...!" Y Eco dijo: "...adiós" y cayó seguidamente sobre el césped, rota de amor. Las náyades, sus hermanas, la lloraron amargamente acariciándose las cabelleras de oro. Las dríadas dejaron romper en el aire sus llantos y lamentaciones, y a estas contestaba Eco...cuyo cuerpo jamás pudo encontrarse. Sin embargo, por montes y valles, en todas las partes del mundo, aún responde su voz con las últimas sílabas de todo lo que grita en su angustia patética la raza humana.


 Publio Ovidio Nason